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de un gato azul que una vez fue blanco (cuento ilustrado)

Érase que se era y aún sigue siendo un gato azul. Azul como un mar en verano y como algunas flores de montaña. Pero no siempre había sido un gato azul. Antes de ser azul fue un gato blanco. Blanco como la nieve en invierno como algunas flores de los valles.

Se cuenta que la curiosidad mató al gato, pero a éste no le mato sólo lo dejo azul. Azul curioso.

Cuando el gato azul era blanco gustaba de meter sus largos y blancos bigotes en todas las esquinas. Todo lo hurgaba, todo lo husmeaba. Blanco bigotudo.

Esas blancas antenas, seguidas de sus blancos hocicos, blancas patas, blanco lomo y blanca cola conocían cada teja de memoria, cada flor, los olores de cada rincón. Nada se escapaba a sus aguzados y prestos sentidos.

Tenía especial predilección por la casa roja. La casa roja mas allá del bosque amarillo. Amarillo mimosa.







En la casa roja vivía una mujer que pasaba sus días tiñendo telas. Telas de colores. Recogía frutas, plantas, plumas y sabe dios que mas cosas extraordinarias para cocerlas lentamente en grandes ollas de cobre. Cuatro chimeneas había, cuatro chimeneas para las cuatro ollas cociendo telas de colores en la casa roja. Roja ladrillo.

De las chimeneas salía humo de colores y tantos olores. Un verdadero placer de gato blanco y curioso.

El bosque amarillo se llenaba de telas tendidas al sol y a la luna que flotaban en el aire a capricho y merced del viento de turno.

Pues, por estos sitios paseaba el gato blanco sus blancos y largos bigotes de forma metódica casi exhaustiva bajo la mirada atenta de la mujer que con parsimonia y cuidado removía el contenido de sus ollas de cobre. Cobre mágico.

Pero un día la mujer miró al gato con aire preocupado. Estaba mas agitada que de costumbre, incluso una olla con telas supuestamente verde hoja de limonero terminaron verde aceituna. Inaudito.


La mujer sentó al gato en su regazo y así le habló:

“Señor gato blanco, se como disfruta metiendo sus largos y blancos bigotes en la casa roja, ya nos conocemos desde hace tiempo. Sin embargo, tengo que pedirle un favor muy importante: de aquí a tres lunas llenas no se acerque por aquí ni por el bosque amarillo. No me pregunte señor gato blanco cual es la razón, pero le ruego que no venga hasta que la tercera luna llena desaparezca detrás de la montaña. ¿Me ha comprendido?
Prométamelo por favor...”




El gato blanco maulló como forma de promesa, y se fue a continuar chimeneando un rato. Pero chimenear ya no tenía mucha gracia con esa promesa y la curiosidad le bloqueaba desde los largos bigotes blancos hasta su blanca cola.

Pero al día siguiente el gato blanco no volvió por la casa roja, ni al siguiente tampoco. Y sin embargo el gato estaba fuera de si y era todo costillas. Pasaba las noches enteras maullando desconsoladamente desde los negros tejados. Negros pizarra.







El vecindario no podía dormir y aquí y allá se iluminaban ventanas en la oscuridad. Pero el gato dale que miau, miau, y miau atormentado por la curiosidad. ¿Que querían decir esas palabras?, pensaba, ¿por qué no podía ir a la casa roja hasta pasadas tres lunas llenas?. Pero era un gato de palabra, y esperaría. Esperaría y mientras tanto maullaba contando las lunas.

Y así paso la primera luna llena, y la segunda siguió a la primera y cuando solo faltaba un día para la tercera luna llena, el gato blanco no pudo más y se dirigió sigiloso hacia la casa roja. Sus blancas patitas casi no tocaban el suelo y sus blancos bigotes parecían mas largos que nunca.

Llegó al bosque amarillo y de lo que allí vio se le salió un ronroneo de gusto. El bosque amarillo se había llenado de telas de colores inimaginables. Había en ellos algo de mágico pero también de conocido. Eran como, como......los colores del arco iris –ron, ron, ron- allí estaban: rojo, amarillo, anaranjado, verde, añil y violeta...pero faltaba uno: el azul.



Patita blanca tras patita blanca se acerco a la casa roja.

La casa roja bullía de actividad se oían ruidos y pequeñas explosiones y ese humo, ese humo...serpenteante, azul, engatuso al gato blanco. Jugó y bailó con las cuatro chimeneas, su blanca cola ondulante al ritmo circular y azul de ese humo mágico, su blanco bigote atusado por ese aire viscoso y azul. Y le pareció una eternidad.

Cuando ceso el humo, la mujer colgó al aire las telas de azul maravilloso. Azul arco iris.

El gato se deslizo hasta el suelo y dejo que las telas azules acariciaran su lomo, su barriga. El viento las mecía haciéndole unas suaves cosquillas con su roce. Al final, entre su ronroneo y el del viento, el gato se durmió, y la tercera luna llena veló su sueño.

Cuando la mujer se despertó con el amanecer de la mañana siguiente a la tercera luna llena, vio que algo no marchaba bien. Llovía y no había no había ni una sola nube en el cielo. Poco a poco es sol escalaba posiciones en su bóveda. Entretanto el gato se despertó, estiro sus patitas delanteras con un amplio bostezo y cuando se disponía a hacer su limpieza diaria, se encontró con dos patitas bien azules. Y su lomo era también azul, y su barriga, y su cola y hasta sus largos bigotes eran azules!!!!

Entonces fue, cuando la mujer vio al gato y se dio cuenta. Estaba todo perdido. Ya asomaba el arco iris. Las telas colgadas empezaron a perder sus colores. La mujer corrió hacia el gato, pero era demasiado tarde y el arco iris reclamaba lo que era suyo.

Y por ahí debe rondar aún el gato azul, moviendo sus largos y azules bigotes –azul curioso- por entre los colores del arco iris.

Y azulín azulado este cuento se ha acabado.
(texto: beatriz gómez ; dibujos: gloria cabrejas)

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